Corpus Christi. Día de la Caridad.30/05/2024

Celebremos el Corpus, Día de la Caridad

Francisco Domouso, Secretario General de Cáritas Regional de Andalucía, reflexiona sobre la celebración del día del Corpus Christi y Día de la Caridad.

Celebrar o festejar el Corpus, el Día de la Caridad, es afirmar que debe ser, ante todo, la expresión de un amor personal y comunitario, que busca el bien integral de la persona.  Benedicto XVI, lo define muy bien: “El amor al prójimo, enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial y esto en todas sus dimensiones, desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta a abarcar a la Iglesia universal en su totalidad”

Por tanto, la acción social en la Iglesia es tarea de toda la Comunidad, solo así la Caridad es también Amor Trinitario en torno a tres elementos fundamentales: la Comunión Eclesial (koinonía), la Fracción del Pan y la Oración. En otras palabras, la naturaleza de la Iglesia se expresa en una triple tarea: El anuncio de la Palabra, la celebración de los Sacramentos y el Servicio de la Caridad, las tres en el mismo plano de importancia, pero recordando a San Pablo, la caridad, el amor puro, sobrepasa y excede a casi todo lo demás (1Corintios 13) 

Desde la primera comunidad, hasta nuestros días, se enumeran diversas estructuras caritativas (DCE 21-23), porque el Amor, también necesita de organizaciones y estructuras.

Esto no solo es así, sino que la historia nos recuerda que Juliano el Apóstata, desde la experiencia de la muerte de su padre a manos del emperador cristiano Constancio, quiso renovar el paganismo, incluyendo un sistema de caridad, paralelo al de la Iglesia.

Y así llegamos a nuestros días, donde no sentimos un ambiente cristiano a nuestro alrededor, aunque quizás sí, una cultura forjada en una sociedad cristiana. Por tanto, debemos resaltar que la fe, para ser una fe viva, debe estar unida a la comunión y al seguimiento y por ello a la esperanza. Así, necesitamos de la Celebración, donde la fe viva sea la caridad vivida y no solo creer lo que no vimos.

Con esta convicción, pertenecer a Cáritas, no es ser miembro de una agrupación de personas que se unen para realizar acciones prosélitas al estilo de Juliano o desde el activismo. Pertenecer a Cáritas, es querer ser signo y amor manifestado que nos acerca en comunidad, a la experiencia de Jesús. Él es quien nos ofrece la obligación cristiana, no una opción que nos consuela la conciencia.

La polarización y la división de la sociedad en la que vivimos está desencadenado conflictos, que favorecen nuestro comportamiento y una manera de pensar que nos empuja a manifestar la defensa de la opción religiosa, más cultural que espiritual.

Por eso, entre tanta división y odio, solamente la conversión al Amor y la Caridad puede superar esa división. Si bien esa conversión, no se está contemplando en la sociedad, si vemos que se está recuperando el valor de la opción personal creyente, o lo que es lo mismo, ser consecuente a la hora de anhelar la causa de Dios, que es también la causa de los pobres. Y hacerlo mediante el contacto necesario y directo con los pobres y la necesidad de abordar las causas estructurales (más allá de las estrictamente individuales) de la pobreza, de tal manera que sea una cuestión prioritaria de la comunidad (quizás de esas pequeñas comunidades que conformamos), por cuanto es una cuestión social.

Debemos tener en cuenta que, si bien los movimientos sociales son un medio de respuesta ante la realidad cercana y también global, la Iglesia y sus comunidades fraternas de fe, deben ser las que permitan verdaderas relaciones de apoyo y de comunión de vida.

Así, Cáritas tiene el reto de estar siempre repensando su intervención desde la dinámica del discernimiento comunitario. Me preocupa el que algunos se movilicen, sin el calor y sin ser cauce privilegiado del servicio de la comunidad a los más débiles y vulnerables para desplegar el yo, como si fuéramos la medida de todo. De esa manera, tendríamos que preguntarnos, si actuamos desde la comunión solidaria que nos identifica como Iglesia o desde la acción puramente militante y activista.

Probablemente, no siempre tenemos que estar haciendo cosas, sino que nuestra tarea sea ayudar a dar a conocer la realidad de la pobreza, denunciar las situaciones de injusticia y pecado estructural y movilizar los corazones. La de formar, para poder leer los signos de los tiempos a la luz del Espíritu, sin el que nada podemos. La de fomentar la intervención comunitaria en el desarrollo de las personas y desde su libertad, hacerlas responsables de su futuro, sin limitarnos a socorrer las necesidades de los individuos y colectividades en base a lo expuesto por San Pablo VI en Evangelii Nuntiandi. “Nos alegramos de que la Iglesia tome una conciencia cada vez más viva de la propia forma, esencialmente evangélica, de colaborar en la liberación de los hombres… Todo ello, debe caracterizar la acción del cristiano comprometido… la liberación que proclama y prepara la evangelización es la que Cristo mismo nos ha anunciado y dado al hombre, con su sacrificio”

Y por supuesto, más allá, de que se confunda con el servicio a un sistema político y que debe caracterizar la acción del cristiano comprometido y de la comunidad que le ampara y fortalece.

Y para eso, en la Fracción del Pan, compartimos la comida y las Palabras de Jesús y nos debemos concienciar de lo que significa esta sociedad desigual y excluyente, haciéndonos uno con el Maestro.