Don y tarea,”ser mujer hoy en la Iglesia sinodal”
Con motivo del Día Internacional de la Mujer, Mª José Tuñón, ACI, Directora de la Comisión Episcopal de Vida Consagrada reflexiona sobre el papel de la mujer en la iglesia.
Mi experiencia como mujer en la Iglesia a lo largo de los años viene sin duda marcada por mi bautismo, renovado por mi vocación a la vida religiosa, que se concreta en las Esclavas del S.C., en donde he aprendido y “aprendo” a ponerme al servicio, desde la que comparte pan y vino, humildemente, con el compañero de camino y Señor, que nos invita cada día a renovar la vocación a la que somos llamados a compartir la vida y la misión de construir su “iglesia” la asamblea de los llamados y llamadas, empeñados en embarrarse, encarnarse, como Él, para hacer de este mundo un lugar donde no hay ni fronteras ni colores, que rompen y dividen, sino que recrean y reparan con el consuelo y fortaleza, de los que esperan “unidos” y trabados por el don de la comunión, que se regala a los que se ponen en camino, como “peregrinos” y confían.
El momento actual sinodal, no deja de empujarnos y comprometernos, y diría urgirnos a que una Iglesia sinodal se construye “con”: las distintas vocaciones, ministerios, realidades, servicios… una Iglesia sinodal acoge la diversidad y la pluralidad, cuenta con todos y todas, permitidme el subrayado en este día, para caminar juntos y servir a la misión.
Quizás desde esa urgencia, es el mismo papa Francisco, quien nos emplaza a no confundirnos, la responsabilidad de la mujer en la Iglesia como miembro del Pueblo de Dios, es la responsabilidad de todo cristiano de participar activamente en la misión común: anunciar a Jesucristo y encarnar en su vida el evangelio, siendo testigos del Señor y su Buena Noticia. Por eso, me parece que cuando hablamos de responsabilidad de la mujer en la Iglesia, en ocasiones nuestras palabras entran en cierta contradicción, para no dar pasos concretos, dejando de lado que la misma iglesia se plantee profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. (Cf.EG n.103-104).
“Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia”. (Papa Francisco, 19 de agosto de 2013).
¡Gracias Papa Francisco! Has abierto muchas “puertas” y aún quedan y sin duda, hay una gran responsabilidad eclesial vivida por muchas mujeres a lo largo de la historia en anonimato e incluso “invisibles” y en el hoy. La transmisión sencilla de la fe, la iniciación en la oración… han estado fundamentalmente en las manos y en el cuidado de muchas mujeres generación tras generaciones. Si miramos la vida de nuestras parroquias nos encontramos con que la mayoría de las personas que participan en las celebraciones, de los miembros activos y comprometidos en la catequesis, en la acción caritativa, en la acogida, en…¡son mujeres!. Si miramos la vida consagrada femenina, encontramos en ella a mujeres y comunidades audaces en la sociedad y en la Iglesia, que han abierto caminos, que rompen esquemas mentales y sociales, que con sabiduría y tenacidad amplían horizontes de vida y apostólicos, que se arriesgan a dar nuevas respuestas evangélicas desde el carisma recibido, que están presentes en las distintas realidades de nuestro mundo encarnando creativamente el evangelio y anunciando con su vida, su acción y su palabra, al Señor Jesús. ¡Gracia también a todas y cada una!.
Un apunte desde mi experiencia personal, y mi pequeño recorrido a lo largo de los años como mujer de Iglesia y en la Iglesia, es una experiencia fundamentalmente positiva y de agradecimiento, positiva porque es el ámbito donde he podido crecer con otras y otros en el seguimiento de Jesús, y compartir este camino con todo lo que implica, incluido mis pobrezas y limites; positiva en el compromiso que me lleva hoy, muy especialmente desde la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, a agradecer la riqueza de los diversos carismas al servicio de la iglesia samaritana y orante, a sentirme Pueblo de Dios, que no puede ser indiferente al dolor de tantos “descartados” de nuestra sociedad, que nos necesitan como referentes de la dignidad humana, que apuesta por un mundo donde hombre y mujer, a semejanza de Dios, son llamados y llamadas, a la corresponsabilidad, y la conversión de nuestras relaciones, para que como levadura en la masa, o grano de sal, impregnemos de sabor a Dios todo lo que nos rodea.
Don y tarea ineludible para la credibilidad, en un mundo tan fraccionado y lleno de divisiones, y donde precisamente la mujer es todavía objeto de tantos intereses. “Todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 27-28).