Vidas a la interperie
Desde el inicio de la guerra en Ucrania el 24 de febrero de 2022, todos hemos vivido muy de cerca una guerra, en la que lamentablemente millones de personas se han visto obligadas a abandonar su hogar y a llamar a las puertas de Europa.
Regreso ahora de Ucrania, después de más de dos años de guerra y sigue sobrecogiéndome el fuerte sonido de las alarmas antiaéreas. En mi mente todo parece una película de la Segunda Guerra Mundial y necesito despertarme de la pesadilla, pero desafortunadamente es la cruda realidad. Después la gente va rápidamente a los refugios.
Pero sin duda lo que continúa sobrecogiéndome es escuchar las historias de tantas familias que se han visto obligadas a huir de la muerte y el horror ahora en Ucrania, pero en tanto rincones del mundo que me ha tocado acompañar, y en las que el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS con sus siglas en inglés) desarrolla su misión.
Recorrer los campos de refugiados en Tailandia con refugiados de Mianmar en medio de la selva, o escuchar las vicisitudes que experimentan las familias refugiadas en Kenya, o el testimonio de las personas que se embarcan en las caravanas que parten de Centroamérica hacia Estados Unidos, o recorrer los campos improvisados en Cúcuta, en la frontera colombiana con el éxodo venezolano.
Historias que lamentablemente se repiten y de las que parece que nunca aprendemos como humanidad. Estos días vuelvo a leer las crónicas que millones de españoles escribimos al llegar a América en el siglo pasado. Dejar el hogar en muchos casos huyendo de nuestra guerra civil, escapando del hambre y buscando un futuro con esperanza para nuestras familias.
En mi familia, como en la que tantas personas españolas (y diría que de todo el mundo) hemos vivido esta experiencia que recorre nuestras historias y proyectos personales. Cuantos países y familias nos abrieron su puerta y su hogar, en medio de las dificultades y en ocasiones, abusos. Historias que se repiten.
Vivir como estos días en Ucrania con las bombas a las puertas de las cosas, o los conflictos enquistados, o la incapacidad para alimentar a toda la familia, una operación que pareciera sencilla o simplemente que los niños puedan ir a la escuela. Situaciones que para muchos de nosotros son situaciones que nunca hemos experimentado, pero que afectan a millones de personas en nuestro mundo.
A veces tenemos la cara de criminalizar a las propias personas refugiadas de las situaciones en las que viven, o de las graves situaciones que les ha hecho dejar su hogar. Todos sabemos que las causas y las consecuencias de las migraciones son complejas, pero es más fácil echar las culpas a otros, para seguir viviendo en una torre de marfil con todos nuestros beneficios y privilegios, mientras otras personas no tienen ni lo mínimo para vivir.
O simplemente mirar para otro lado, cuando las personas migrantes son una de las principales aportes y pilares en nuestra sociedad, especialmente en algunos sectores donde se convierten en esenciales para tener un presente y un futuro con esperanza.
Por eso me gustaría que mostráramos nuestro apoyo y cercanía a tantas personas en Ucrania y en tantos rincones del mundo, que han tenido que abandonar su hogar, lo mismo que en otros momentos lo hicieron nuestras familias, buscando un futuro mejor.
Cada vez que visito Leópolis, en Ucrania recorro el cementerio de los soldados que sigue creciendo día a día. Desde que se inició la guerra en Ucrania se han celebrado funerales diarios ininterrumpidamente por soldados ucranianos en nuestra iglesia jesuita de la ciudad. Ojalá que esta pesadilla se acabe pronto en Ucrania y en otros conflictos, y podamos juntos vivir en paz.