Análisis y reflexión27/07/2024

En la vejez seguirán dando fruto

Dios quiere que extendamos su reino de Paz y Caridad, que amemos a todos en todas las etapas de la vida, con hechos concretos, y que en la vejez no abandonemos a nadie.

Me llamo Pedro, soy sacerdote diocesano y misionero de Oviedo, hace dos años que fui ordenado sacerdote y desde entonces vivo en el suroccidente asturiano, sirviendo en la Unidad Pastoral de Grandas de Salime, los Oscos y Pesoz.

Para escribir unas líneas sobre nuestros mayores y compartir mi testimonio respecto a ellos, tengo que mirar hacia mi pasado. Nací en una familia numerosa (somos nueve hermanos) y desde pequeño he vivido como algo natural el amor en la familia, el cariño y la atención a mis abuelos y a los mayores, porque ellos encarnan la sabiduría de la vida. He crecido física y espiritualmente sintiendo la Iglesia como algo propio, donde nos reunimos para rezar y dar gracias a Dios cada semana. En la asamblea siempre encontré gente de todo tipo y condición: niños, jóvenes, viejos, solteros, casados, viudos, hombres, mujeres, etc. Mis padres me enseñaron a escuchar sus historias, sobre todo su vivencia de la fe en medio de las alegrías y penas que acompañan cada etapa de la vida. Creo que estas experiencias han sido la preparación remota que hoy me hace ser feliz cuando acompaño a tantos abuelos que necesitan un rostro que les mire, les salude, les escuche y se preocupe por ellos.

En el año que me estrené como diácono –antes de ser sacerdote– viví en el Hospital Asilo de Luarca y el trato con los mayores era diario, ser voluntario o acercarse a echar una mano en cualquier residencia es toda una escuela de vida. Tantas horas celebrando, cantando con la guitarra y acompañando a los abuelos ha sido un regalo inmerecido para mí. Ya lo dijo Jesús acercándose a unos niños: “de los que son como ellos es el reino de los cielos” (Mt 19, 14). Cuando pesan y pasan los años, veo como Dios nos enseña y a través de enfermedades o limitaciones nos va haciendo como niños. Las vidas cargadas de experiencias, pero acompañadas por esa bendita inocencia y simplicidad que imponen los años, me llenan de ternura.

Mi experiencia con Cáritas haciendo algún concierto a los ancianos, celebrando misa en el salón de su residencia o simplemente compartiendo el tiempo la resumiría con aquellas palabras de Jesús: “Hay más alegría en dar que en recibir.” (Hch 20, 35) Es verdad que para saborear esta alegría tienes que dar un poco de tu tiempo, de tu presencia o de los dones que Dios te haya entregado, pero sin duda alguna, con los abuelos yo he recibido cien veces más de lo que he dado.

Por desgracia en nuestra sociedad parece que se valora cada vez menos la atención y el cuidado de nuestros mayores y se les ‘aparca’ en residencias donde pasan un día tras otro esperando recibir la visita que nunca llegan. Dios quiere que extendamos su reino de Paz y Caridad, que amemos a todos en todas las etapas de la vida, con hechos concretos, y que en la vejez no abandonemos a nadie. Es de gran sabiduría la Palabra de Dios: “en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso” (Sal 92, 15). Toda persona, también en la vejez tiene mucho fruto que dar, mucha vida que compartir. Y feliz aquel que esté allí para escucharlos, recibir esa sabia ‘vieja’ que tantos frutos y tanta vida han construido antes de que nosotros llegáramos aquí.