Cooperación internacional13/12/2023

Cruzar el Darién, un viaje hacia la esperanza

Miles de migrantes atraviesan cada día el Darién, una región que separa Panamá y Colombia y que esconde muchos peligros para las personas que buscan una vida mejor en el norte de América.

“Lo que vi en el Darién [región que ocupa territorios en Panamá y Colombia] fue una fila humana sin final. Más de dos mil personas atravesándolo diariamente, más de dos mil almas caminando al unísono en búsqueda del sueño americano, cargando mochilas, sacos de dormir, agua y comida”.

Este es el testimonio de un reportero con amplia experiencia en conflictos y escenarios en crisis, pero valdría igual el de otras muchas gentes, en especial el de las casi 500.000 personas que este año han atravesado este corredor, que poco o nada tiene que ver con lo humanitario.

Un puente hacia el norte

El Darién es una región que sirve como puente natural entre América del Norte y del Sur, una de las reservas más importantes de la biosfera del mundo, también llamada el “Tapón del Darién”. Es un bosque tropical que ocupa el este de Panamá y la frontera terrestre que comparte con Colombia y que esconde historias de inmigrantes, algunas tristes, dolorosas, o que han acabado en muerte. Son historias de personas, de familias que buscan una vida mejor, pero que se encuentran atrapadas en condiciones difíciles y a menudo desesperadas.

Más personas cruzando el Darién

El Darién ha sido testigo de un aumento significativo en la migración irregular en los últimos años. El fenómeno no es nuevo; lo que ha cambiado es la intensidad y las nacionalidades que ahora lo protagonizan.  Las personas que buscan escapar de la pobreza, violencia y las crisis políticas se aventuran en un viaje arduo y peligroso a través de esta densa selva. La falta de rutas seguras y la presencia de grupos armados convierten este trayecto en un desafío extremo para aquellos que buscan un futuro mejor.

Nacionalidades

Las cifras sobre los más de 460.000 personas que han cruzado el Darién en lo que llevamos de año, están encabezadas por venezolanos, con más de 252.000, siguen los haitianos (144.090), ecuatorianos (64.677), chilenos (15.678), colombianos (13.404), brasileños (14.889) y peruanos (3.200). En el último año ha habido un repunte importante de cubanos. Otros vienen de mucho más lejos: 27.878 de Asia y 7.389 de África, principalmente de Senegal. 

El negocio de la ruta

Necoclí es una de las escalas en este viaje; un pueblo en el que su vida giraba en torno a un turismo local, abierto a “travellers”, algo alejado de los circuitos y catálogos masificados.  Típico paisaje de playa caribeña, donde la economía giraba en torno a esto.  Hoy su faz ha cambiado: nuevos establecimientos, tiendas pequeñas familiares no llenas de comida o recuerdos, sino repletas de enseres para atravesar la ruta.  Parecen un rosario de pequeños “decathlones”, dispuestos a vender lo necesario para intentar atravesar la selva.  Colchonetas, sacos de dormir, camping gas, linternas… Han aumentado las plazas en algunos hoteles y en casas particulares desplegadas que invitan a dormir.

Una larga playa acoge a lo más improvisado, que suele ser la situación de aquellos que no tienen dinero, ni suficientes recursos para costearse una habitación.  La playa congrega, por poco tiempo, a aquellos que esperan un pasaje en un pequeño barco, que ponga rumbo a Panamá; hacia la jungla.  

Lo que se percibe en este pequeño pueblo es una economía que gira y, de alguna manera, se aprovecha de la migración irregular.

Este paisaje además se asemeja cada vez más a otros escenarios de desgracias en el éxodo migratorio; tiendas junto a dispositivos de la comunidad humanitaria.  Diversos logos, chalecos de personal de ONG…

Las nacionalidades que se aglomeran aquí son muy variadas, desde venezolanos mayoritariamente, en este último año y medio, junto con ecuatorianos, peruanos, mezclados con haitianos, cubanos, senegaleses, chinos, afganos, iraquíes… una especie de pequeñas Naciones Unidas.  Todos con un mismo objetivo: seguir “ruta”.

Los peligros del camino

El drama e impacto de estas personas, de las cuales se aprovechan redes y actores armados en Colombia parece que no acaba nunca. Migrantes y refugiados están expuestos a múltiples violaciones y abusos de derechos humanos durante todo su viaje. La violencia sexual es una de las numerosas dificultades a las que se enfrentan las personas que se atreven a atravesar la selva, especialmente para las mujeres y las personas LBGTI.

¿Cuáles son los mayores riesgos que sufren estos colectivos? Peligro de accidentes por minas antipersona, robo de pertenencias y dinero, desapariciones forzadas, homicidios, abandono de en la ruta, extorsión para permitir el tránsito, violencia sexual y trata de personas, accidentes y naufragios, enfermedades tropicales…

En algunos casos, en los pasos de control fronterizo hay abuso por parte de las autoridades de control migratorio, que retienen documentos como un medio de extorsión o abuso sexual.

El aislamiento, la incertidumbre y el constante temor a la detención contribuyen a la deterioración de la salud mental de los inmigrantes. Muchos de ellos han experimentado traumas significativos en sus países de origen y durante su viaje.

Respuesta Humanitaria

Principalmente la respuesta gira en torno a ayuda humanitaria que facilite el viaje lo maximo posible.  No hay, por el momento mecanismos de integración o de acogida a medio y largo plazo ya que es un territorio de tránsito.

Nuestra labor, como Cáritas, es el acompañamiento, con equipos en Necoclí que recorren la playa diariamente para poder conocer a la gente que llega, y acompañar a los que permanecen allí por espacio de unos días hasta que logran coger un barco para seguir su viaje.