Ruanda, treinta años después
Las heridas del genocidio que costó la vida a 800.000 personas en 1994 aún siguen presentes en el país africano.
El 6 de abril de 1994 el avión en el que viajaban los presidentes de Ruanda y Burundi, Juvenal Habyarimana y Cyprien Ntaryamira, fue derribado por dos misiles. Todos los que iban a bordo murieron. Ese atentado fue el detonante de un genocidio que llevaba tiempo fraguándose y que, treinta años después, sigue conmocionando al mundo.
Entre abril y junio de 1994, fueron asesinadas más de 800.000 personas en Ruanda, la mayoría de ellas pertenecientes a la etnia tutsi. Cuando tuvieron lugar esas matanzas yo no trabajaba en Cáritas, pero recuerdo con horror y tristeza esa brutalidad entre hermanos que solo se da en las guerras civiles.
La Iglesia siempre presente
Ruanda siempre fue un país de misiones. En esos días, mientras el mundo miraba hacia otro lado, los religiosos que trabajan allí fueron los primeros en dar la voz de alarma. Varias monjas españolas aparecieron en radio, prensa, televisión alertando de la tragedia que estaba viviendo el país, y contactaron con Cáritas para que les ayudara a atender a tantas personas víctimas de la violencia.
Toda nuestra red internacional se puso a disposición de la Cáritas de Ruanda y, junto con otras Cáritas europeas y estadounidense, creamos un grupo de trabajo bajo el paraguas de Caritas Internationalis para coordinar nuestra acción, de manera que ninguna Diócesis estuviera desatendida. Y así en 1994 Cáritas Española empezó a trabajar con las Cáritas Diocesanas de Kabgayi y Butare, donde ha permanecido durante muchos años. También estuvimos presentes en los campos de refugiados del Congo, donde huyeron muchos ruandeses, y en Burundi, uno de los países a los que se extendió el conflicto.
A este terrible periodo, el del genocidio, le siguió otro oscuro, turbio y de mucho sufrimiento. El país estaba destruido, había represalias, nadie se fiaba de nadie… Yo empecé a trabajar en Cáritas en esa época, en 1995. La sociedad española fue muy generosa y, con su ayuda, pudimos colaborar en la reconstrucción y la reparación de medios de vida y en la construcción de la paz. Estuvimos, como siempre, al lado de los más vulnerables, fueran tutsis o hutus.
Heridas por cerrar
Treinta años después, el país está en paz, pero la reconciliación total todavía queda lejos. Ya no se habla de tutsis y hutus; todos los ciudadanos son ruandeses. Sin embargo, la desigualdad social, económica y política, aún está viva y condiciona el presente y el futuro de un país que todavía no ha cerrado todas sus heridas.