Cooperación internacional14/10/2022

Una puerta a la esperanza en la frontera entre Venezuela y Colombia

La apertura de la frontera es una buena noticia para los miles de migrantes venezolanos que, durante los siete años de cierre, han seguido cruzando por pasos irregulares.

La reciente apertura de la frontera entre Colombia y Venezuela ha coincidido con la celebración de la 108 ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, el pasado 25 de septiembre. Este paso es significativo para los intereses económicos de ambos países, pero, sobre todo, para los miles de migrantes que, durante los siete años de cierre, han seguido cruzando por pasos irregulares.

Un viaje peligroso

En estas rutas, las personas migrantes han estado expuestos a peligros de agresión física, explotación –laboral, sexual… – reclutamiento forzado, mendicidad, delincuencia y tráfico de personas en las redes de crimen organizado.

Estas situaciones han profundizado la vulneración de derechos humanos que ya sufrían en Venezuela, agravada además por el subregistro y la imposibilidad del Estado colombiano de perseguir estos delitos. Además, la mayoría de los migrantes no denuncian por miedo a represalias.

En las poblaciones de acogida en Colombia, las alternativas de alojamientos temporales son muy limitadas, convirtiéndose el derecho a la vivienda y refugio como el más vulnerado, además de la alimentación, salud, agua, etc.

En los municipios colombianos de frontera, en parques y plazas, y en asentamientos humanos irregulares, se instalan familias venezolanas, convirtiéndose en foco fácil de agresiones xenófobas.

La historia de Yesenia

Yesenia Álvarez, una mujer oriunda de San Felipe, en Venezuela, ha contado su viaje a Cáritas Colombia. Yesenia, inmersa en la desesperación por la falta de dinero, empleo y alimentos para solventar las necesidades de su familia, decidió migrar hacia Colombia. Su travesía empezó en 2017 junto a su hijo de 16 años.

Su viaje a pie duró una semana. Al llegar a Arauca, en Colombia, sin dinero y sin una persona que les ayudara, durmieron en cartones debajo de puentes y empezó a reciclar para conseguir la alimentación de ambos y reunir recursos suficientes para que sus otros tres hijos, que permanecían en Venezuela, migraran a Colombia.

El reciclaje le permitió llegar al sector de Puerto Alegre, donde vive actualmente, un territorio sin agua apta para el consumo humano y donde una laguna, las grandes humedades y falta de higiene provocan enfermedades.

Pero allí tiene un espacio donde vivir y una comunidad que la abraza en medio de la dificultad. Junto a otras mujeres, crearon un espacio de creatividad manual partir de la reutilización de elementos de reciclaje, con el que sueñan recabar ingresos en el futuro.

Conoce más de su historia aquí.