Análisis y reflexión08/12/2020

MARÍA INMACULADA EN EL CAMINO DE LA FRATERNIDAD

En el camino del Adviento la celebración solemne de la Concepción Inmaculada de la Virgen María nos ayuda a poner rostro a la esperanza. Santa Maravillas de Jesús, cuya fiesta también celebraremos pronto, invitaba a “aprender en el corazón de su Madre cómo se ama a Jesús”. En el corazón de María reconocemos el triunfo sin obstáculos de la gracia. Ella es “la llena de gracia”, “la toda santa”, “la sin pecado”, porque convenía que la elegida para ser Madre del Redentor recibiera ella misma desde su concepción el fruto de la redención. Puesto que en su corazón no hay mancha alguna de pecado, poniendo nuestra mirada en él podemos aprender amar a Jesús.   

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En la encíclica Fratelli tutti, el papa Francisco nos ha recordado un aspecto fundamental del amor de María a su Hijo que se extiende a todos nosotros y a toda la humanidad: «Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una Madre, llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn 19,26) y está atenta no sólo a Jesús sino también «al resto de sus descendientes» (Ap 12,17). Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz» (FT 278). María ha recibido de Jesucristo, al pie de la cruz, una maternidad universal: Jesús ha pedido a su Madre que ame a todos los hombres como le ama a Él. Por eso, en el corazón de María no sólo aprendemos cómo amar a Jesús, sino también cómo amar a todos reconociéndonos hermanos en Jesús 

«María, que ha padecido el dolor aterrador de ver a su Hijo despreciado y muerto en cruz, nos enseña a cargar con el dolor de quien padece la enfermedad del desprecio y de la soledad»

María, que ha conocido en propia persona, cuando llevaba en su seno al Salvador del mundo, lo que significa ser rechazada y descartada, nos enseña a buscar a Cristo en cada rechazado y descartado. María, que ha conocido el drama del destierro llevando a su Hijo recién nacido, nos enseña a salir al encuentro de todo desterrado. María, que ha padecido el dolor aterrador de ver a su Hijo despreciado y muerto en cruz, nos enseña a cargar con el dolor de quien padece la enfermedad del desprecio y de la soledad, y la cruz del sufrimiento injusto. María, que ha sostenido la esperanza de la humanidad cuando el cuerpo sin vida de su Hijo estaba en el sepulcro, nos enseña a sostener la esperanza de tantos que atraviesan la espesura oscura de la prueba en su vida de fe. María, que ha esperado contra toda esperanza, ha congregado a los que el miedo dispersó reuniendo a la Iglesia naciente en la espera de Pentecostés. Por eso, «como María, la Madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidadpara tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación» (FT 276). 

Que María Inmaculada, Madre en el camino de la fraternidad, nos alcance de su Hijo el don un corazón purificado, hecho inmaculado por la gracia del perdón, que nos permita tratar a todos como hermanos. ¡Nada sin María! ¡Todo con Ella! 

 

Foto portada Juan Fernando Prado Piña