Yo soy Cáritas. Conchita, voluntaria: «Me siento realizada sabiendo que puedo mejorar la vida de otras personas»
“Si me gusta, me quedo y si no, me voy”. Este fue el planteamiento con el que Conchita acudió a una reunión con la coordinadora de Cáritas parroquial después de que, el domingo anterior, el párroco dijera en la misa que hacían falta manos e ideas para sumarse al proyecto.
De eso hace 9 años. Hoy afirma que está “encantada de la vida” de pertenecer al equipo de Cáritas parroquial de la Anunciación, en el centro de Santander. Raro es el día que no pase por allí a hacer algo. “Me dijeron que serían un par de horas al mes y ahora nos reímos al recordar eso, porque yo me he implicado de lleno. Esta es una parroquia grande y yo me ofrezco para todo, porque creo que si te comprometes, te comprometes a todo”.
Conchita comenzó su voluntariado repartiendo alimentos y, después, pasó a atención a las familias. Recuerda que cuando le hablaron de la tarjeta monedero, no quiso saber nada. No le pareció que eso fuese a funcionar: “yo no me fiaba mucho, pensaba que a saber qué comprarían y cómo”. Aun así, decidió aceptar la propuesta de Cáritas Diocesana de Santander y probar. “Cuando ya teníamos más de 20 tarjetas distribuidas me iba dando cuenta de que era mucho mejor. Compraban lo que querían y no tenían que salir de aquí con la bolsita. Me quedaba asombrada con las cosas que compraban con tan poco dinero. Se administraban mejor que bien. A mí nadie me tuvo que convencer de nada, porque yo sola me di cuenta de que el modelo de las tarjetas monedero es mucho mejor que la entrega de alimentos”.
Hoy la Cáritas parroquial de la Anunciación tiene distribuidas más de 60 tarjetas que cargan con fondos propios. Cada primer fin de semana, la colecta de las misas se destina, no solo a las tarjetas, sino al apoyo económico de las personas y familias de la parroquia que lo necesitan. En algunos casos se pagan facturas de suministros, de medicinas y también se hace frente a alquileres en situaciones puntuales.
Habla todo el rato en femenino. “Es que la mayoría de la gente del equipo somos mujeres, 8 de 12, y también son casi todo mujeres las personas que acuden en busca de ayuda”.
“Nunca pensé que había esas realidades al lado de mi casa. Ser voluntaria de Cáritas me aporta tranquilidad. Me permite ayudar a personas que lo necesitan aunque algunas noches me quite el sueño, porque se te cae el alma a los pies escuchando muchas de sus historias. Cada uno con un problema cada vez más difícil. Cuando tienen trabajo, es precario, no quieren alquilarles pisos, están en habitaciones, no quieren empadronarles….. Yo me siento realizada sabiendo que con mi trabajo voluntario, puedo mejorar la situación de otras personas. Tengo bastante quehacer, pero no me importa porque lo hago con mucho gusto y, si en lugar de ir dos horas tengo que ir cuatro, lo hago sin problema”. Hoy sus hijos están orgullosos de ver a su madre tan activa como voluntaria de Cáritas.
Conchita es una mujer vital, decidida y entregada. Nació en Burgos, estudió magisterio, “no por vocación, que no me gustó mucho, sino porque las mujeres tampoco teníamos muchas opciones por aquel entonces”. Nunca ejerció porque un año después de terminar, se casó. Su marido pertenecía al ejército de tierra y ella se quedó en casa criando a sus tres hijos. “Yo no trabajé fuera de casa, pero sí dentro”, le gusta matizar. Sus hijos crecieron, se independizaron y ocho meses después de que su hija pequeña tuviera un hijo, falleció su marido. “Me quedé muy mal. Cuidaba de mi nieto y eso me entretenía. Iba a la guardería a recogerle, le traía a comer a casa. Después iba al colegio, y yo le recogía y le seguía llevando a mi casa a comer, pero el niño se hizo grande y fue cuando me plantee que tenía que hacer algo”.
Y así es como, tras escuchar la llamada del cura en misa para sumarse al voluntariado de Cáritas, Conchita comenzó a hacer ese “algo” que buscaba.