Noticia18/12/2023

Yo soy Cáritas. Louise, migrante: “en Cáritas encuentro apoyo, consuelo, comprensión, esperanza”

Cuando en 2017 Louise aterrizó en España, sintió al mismo tiempo una inmensa tristeza por separarse de sus cinco hijos y una firme determinación por conseguir una vida mejor para ellos. Atrás dejaba en Camerún toda una vida sacando adelante en solitario a los niños y ayudando a sus padres y hermanos en todo lo que podía. En realidad, su destino no era éste. En Madrid tenía que haber cogido otro vuelo pero, superada por el estrés del viaje, sin hablar ni una palabra de castellano y tras explicar entre lágrimas su situación a las autoridades del aeródromo madrileño, terminó en un centro de acogida en Alicante. “Lloraba todos los días pensando en los niños, a quienes había dejado con mis padres y con mi hermana. Hablaba con ellos y solo me preguntaban cuándo iba a volver. Me decían que me echaban en falta. Luego me metía en la cama y no podía pegar ojo en toda la noche. Una tristeza infinita”.

Pero Louise tenía claro que, por el bien de sus niños, había que resistir, aprender el idioma y buscarse pronto un empleo para ahorrar y traerlos a su lado, de forma que pudiesen seguir estudiando aquí, donde hay más oportunidades que en Camerún.

Después de unos meses en Alicante y tras contactar con una amiga que vivía en Santander, se vino a Cantabria. No tenía nada. En Alicante le robaron todos sus ahorros.

No tardó en comenzar a trabajar cuidando de una señora y, a los pocos meses, entró interna en una casa de San Vicente de la Barquera, donde ha estado cinco años. Cinco años echando cada día de menos a sus hijos, ahorrando para poder traerlos, enviando dinero para que pudiesen continuar sus estudios y apoyando las penosas economías de sus padres y hermanos.

MIGRANTE

Y así es como Louise se convirtió en migrante. “Lo más duro ha sido estar aquí sola, sin mis niños. Yo, a veces, sentía que perdía la cabeza de triste que estaba”.

Tras realizar infinitos trámites, ahorrar los 4000 euros necesarios para pagar los servicios de un abogado y también los billetes de avión, el verano pasado logró traer a tres de sus hijos: Junior de 19 años, que estudia auxiliar de enfermería, Arthur de 17 también estudiante y Dayson, de 12, que está en primero de secundaria.

Louise se siente orgullosa de los niños, de lo bien que se han integrado y de las ocurrencias que tienen, que siempre le provocan una sonrisa: “Dayson quiere ser ingeniero y comprarme una casa. Me dice que cuando sea mayor, no me va a llevar a una residencia, que me va a cuidar él”, y sigue contando: “A Arthur le cuesta un poco más estudiar, en el proyecto de infancia de Cáritas le  ayudan mucho para que no se quede atrás y Junior, que acaba de sacarse el teórico de coche, siempre me anima y se ofrece a ayudarme en todo”. Iván, el mayor, sigue en Camerún y ha sido él quien se ha ocupado de todos los trámites necesarios para que sus hermanos pudiesen reunirse con su madre. Louise le pagó dos cursos de alemán para que fuese a estudiar bachiller allí, pero finalmente no quiso y ahora valora ir a Alemania, pero para trabajar.

CÁRITAS Y LOUISE

Precisamente los tres niños fueron los que primero se acercaron a Cáritas. Se incorporaron al programa de infancia donde recibían apoyo para realizar las tareas del colegio y participar en las distintas actividades que se ofrecen. «Les están ayudando mucho», afirma agradecida. “Desde que tengo a los niños conmigo, estoy mucho mejor. Ellos se han adaptado muy bien. Ahora me falta traer a Alane, al que dejé con tres años y ya tiene nueve. Se escapa de casa y del colegio porque quiere venirse con nosotros. Echa mucho de menos a su hermano Dayson, con el que estaba muy unido. Yo casi no puedo ni hablar con él por teléfono, porque se me encoge el alma”, cuenta Louise que también desea viajar a Camerún para poder ver a su madre, enferma. “Mi padre falleció estando yo aquí. Nunca pude despedirme. Me dio una pena enorme y no me gustaría que me pasara lo mismo con mi madre”, explica.

Louise trabaja en la cocina de un restaurante, pero los gastos a los que hace frente ella sola son demasiados. El alquiler, la comida, las facturas…. Hace meses que cuenta con el apoyo de Cáritas: “para mí, lo son todo. No sé cómo habría hecho sin su ayuda. Me ayudan económicamente, pero es que, además, aquí encuentro consuelo, comprensión, apoyo, esperanza. A veces, cuando necesito desahogarme, hablar con alguien que me entienda y escuchar esa voz amiga, llamo y siento que no estoy sola”. Y Louise mira a la trabajadora social de Cáritas. Le agarra la mano y le pregunta: “¿Verdad que voy a conseguir traer a Alane? ¿Verdad que sí?” y se funde en un abrazo con ella.

SU VIDA EN CAMERÚN

La madre de Louise tuvo once hijos, de los que cinco fallecieron.  Ella fue a la escuela hasta los 14 años y, desde bien pequeña, aprendió a ganarse la vida. Nueve años tenía cuando comenzó a vender en el colegio caramelos que hacía con azúcar. También  bombones que previamente compraba y luego ofrecía a sus compañeros en los descansos de la clase. Cuando a los 12 años entró en el instituto, se puso a trabajar. A veces en el campo y otras fabricando ladrillos; un trabajo que suponía caminar hasta el río para regresar con cubos cargados de agua sobre su cabeza. Todo por un jornal de 10 céntimos. En el campo, cuenta, pagaban algo más. Allí iba cuando no había clases, en vacaciones y fines de semana. También caminaba durante horas hasta mercados cercanos para traer sobre su cabeza productos que luego vendía entre sus vecinos.

A los 14 años su padre enfermó. La economía familiar se vio afectada y ella tuvo que dejar de estudiar. Decidió entonces irse a vivir a la ciudad con su hermana mayor que acababa de perder a su hijo. Louise llegó con tres euros ahorrados. Dormía en el suelo y salía a las calles a vender cacahuetes y plátanos maduros. Ayudaba económicamente a su hermana, mandaba dinero al pueblo, para sus padres y hermanos y ahorró una pequeña cantidad con la que cambió de actividad y comenzó a vender ropa de segunda mano. Sonríe al recordar que incluso consiguió abrir una cuenta en un banco, visitar a sus padres y ayudar a que sus hermanos pequeños pudiesen comer e ir a la escuela.

Pero al cumplir 18 años, sus padres le indicaron que era hora de unir su vida a la de un hombre. «Me dijeron que me tenía que casar, que no podía seguir sola porque eso no estaba bien visto, así que me junté con el padre de mis hijos mayores”.

Y así lo hizo. Se juntó con un hombre con el que se fue a vivir a una pequeña habitación con una especie de salón y pronto se quedó embarazada. Una tarde, él no regresó del trabajo. Le habían detenido. Louise, completamente sola y embarazada, regresó a casa de su hermana, tuvo a su niño, Iván, y siguió vendiendo por las calles. Recuperó un dinero que le había dado a guardar a su padre cuando se ‘casó’ y así salió adelante. Incluso organizó una asociación de mujeres que se  apoyaban entre sí  para poner en marcha sus pequeños negocios.

Tres años después, su ‘marido’ salió de prisión y se instaló de nuevo con ella. “Pero él no era un hombre trabajador. Sufrí mucho en ese tiempo y así tuve otros dos hijos: Junior y Arthur”. Hasta que no pudo más y fue a ver a su padre para contarle la mala vida que le daba ese hombre. “Le dije que lo estaba pasando muy mal. Mi padre se disgustó mucho al saber de mi sufrimiento, me dio permiso para separarme y yo entonces ya le eché de casa”.

Pero a su padre no le parecía bien que ella estuviera sola porque “está muy mal visto que una mujer no tenga a un hombre al lado. Ahora las cosas han cambiado un poco, pero antes era así” y, entonces “me tuve que juntar con otro”. Con ese otro tuvo dos hijos, Dayson y Alane “pero él tenía otra familia y nunca se hizo cargo de nosotros”.

La obsesión de esta mujer, tan menuda como inteligente y trabajadora, era que sus hijos estudiaran “eso para mí era fundamental”, así que siguió vendiendo por las calles. Vendiendo y ahorrando para pagar en cada inicio de curso, todo lo necesario para que los niños tuviesen una buena educación. “Ahorraba cada céntimo y pagaba de una vez todo el curso, compraba ropa, calzado, libros y mochilas para todos”. Y observó que la gente con más posibilidades mandaba a sus hijos a estudiar bachiller a Europa. “No sabía cómo hacerlo y llegué a la conclusión de que lo mejor era que fuese yo primero y me llevase luego a los cinco conmigo”.