Nota de prensa24/07/2024

Hermana Scalabriniana, Letty, y su misión de proteger, promover, integrar y defender a las personas migrantes

Tras seis años de misión en la Delegación Diocesana de Migraciones de Guadalajara, regresa a América para seguir trabajando por y para las personas migrantes. Esta es su historia.

Leticia Gutiérrez ha vivido en Guadalajara los últimos seis años. Aquí ha desempeñado su labor pastoral enviada por su congregación de las Hermanas Scalabrinianas, para ayudar a las personas migrantes en su andadura para salir adelante. Ahora cambia de misión y vuelve a América, en concreto a El Paso, Texas (EE.UU.) pero antes hemos querido charlar con ella para dejar constancia de sus seis años en Guadalajara y aprender de ella. Este tiempo ha trabajado en la Delegación Diocesana de Migraciones, en Casa Nazaret.

Antes de venir a Guadalajara, ¿cuál era tu labor?

Yo soy religiosa, soy misionera Scalabriniana y nosotras tenemos como misión el acompañamiento a personas migradas y refugiadas. Vengo de Méjico después de 11 años en dos misiones, primero 6 años en la Conferencia Episcopal Mejicana en la Pastoral de las Migraciones a nivel nacional y después en una fundación que hemos hecho las hermanas. Todo esto en un marco de mucha violencia para las personas migradas.

Cuéntanos esa época y el trabajo que realizaste con migrantes y refugiados allí.

El periodo de 2006 cuando entra el gobierno de derechas de Felipe Calderón, él declara una guerra contra el narcotráfico, pero sin estrategia ni nada, y las personas migradas han sido las más perjudicadas. Fueron 11 años de mucha violencia contra las personas migrantes y a la par que ellas para el grupo de sacerdotes, religiosas y personas laicas que hemos puesto cuerpo y vida, junto con ellos, para defenderlos y protegerlos.

Durante todo el trabajo cercano con ellos, vivimos bastantes años de masacres. En 2010 asesinan a 72 migrantes, en 2011 a 193, en 2013 a 49 y así hasta cinco masacres muy profundas. Junto a esta muerte violenta y este dolor, nuestro trabajo no era solo acompañarlos en la asistencia, sino una defensa y una denuncia muy activa. Nuestra presencia ha sido en todos los niveles del poder: legislativo, ejecutivo y judicial, pero el Gobierno nunca nos hizo caso. Por el contrario, fue una persecución.

Una persecución que algunos obispos en turno solapaban, nos callaban, nos señalaban, nos decían que éramos rojos porque defendíamos a los migrantes y a mí por ser mujer la persecución y acoso de algunos obispos fue mayor.

Cuando yo termino, el obispo nos retira de la conferencia episcopal y va apagando toda la pastoral que íbamos desarrollando. A raíz de esto, las hermanas dicen que no podemos dejar a todas las víctimas porque aquella situación de secuestro y asesinatos era profunda, entonces fundamos SMMR, Scalabrinianas Misión con Migrantes y Refugiados.

¿En qué año?

El 2 de febrero de 2013. Con esta organización seguimos acompañando a migrantes víctimas. Mi teléfono estaba abierto las 24 horas del día porque no sabíamos en qué momento a nivel nacional íbamos a recibir una llamada porque en alguna casa de migrantes o de algún defensor o defensora iba a tener al crimen organizado, a la policía o a los grupos criminales que perseguían a los migrantes ahí.

¿Cómo se sobrevive a una situación así?

Yo llegué a un burnout porque era una demanda constante, contante, constante. Mi teléfono como te decía estaba abierto las 24 horas del día, por tanto, estaba siempre muy alerta y activa a tratar de hacer una red humanitaria que protegiera tanto a los migrantes como a los defensores y defensoras.

Hasta que llegué a un límite y ya no pude más. No me podía gestionar. Pasaba una mosca y me ocasionaba dolor y sufrimiento, no podía gestionar emocionalmente el dolor de ver a los migrantes, hasta dónde había llegado el descuido del Gobierno de no protegerlos, todas las masacres que habían ocurrido, la persecución de grupos criminales y el acoso de algunos obispos y yo ya no pude. Pedí a las hermanas hacer un espacio y me mandaron hacer un acompañamiento integral: espiritual, psicológico y médico, para que yo pudiera recuperarme. Y a raíz de esos tres meses de recuperación, los psicólogos y psiquiatras les dijeron a las hermanas que no podía regresar a la misma misión.

Así llegó a Guadalajara.

Entonces las hermanas me invitaron a venir aquí, a asumir una misión aquí. Me dijeron que iba a ser más tranquilo, que iba a seguir acompañando a los migrantes. La verdad, no tenía ni idea de qué era la misión aquí. Cuando llego en julio de 2018 y la ciudad estaba vacía, las vacaciones. Además de venir con el burnout, venía demasiado miedosa, apenas se acercaba alguien a mí yo me volteaba con miedo de que me fuera a suceder algo, que me fueran a atacar.

Era una situación como de postguerra.

Claro, venías de estar viviendo un conflicto con armas y muertes, por mucha terapia, esa sensación te acompañó.

Hasta el primer año no fui consciente de que estaba en otra situación, en otro contexto. Gente de la ciudad leyó entrevistas que me hicieron en la pastoral que trabajaba anteriormente y algún sacerdote me dijo que yo estaba aquí de vacaciones.

Comparado con los problemas que había allí, esto es un camino de rosas.

Al principio fue muy complicado, me decía dónde están los migrantes, no porque no los viera, sino porque yo pensaba que lo que me iba a encontrar aquí era el mismo ritmo de misión. Así que los dos primeros años tuve mucho sufrimiento personal para adaptarme a esta nueva misión. Yo le decía a Clarice: no me hallo, no siento que ese sea mi sitio.

¿Tenías la sensación de que hacías poco o que no había mucho que hacer aquí?

Mira, la sensación de que aquí al final del día los migrantes han llegado a un lugar de destino, es distinta a la realidad que vives cuando la gente está en un país de tránsito y que la gente tiene el deseo de llegar al país de destino. En ese camino hemos sufrido la violación de derechos humanos.

Era tanta la diferencia que era hipersensible a cualquier llamada telefónica porque había relacionado llamada con peligro de muerte. Aquí el contexto era distinto, de tal manera que las llamadas no es que no fueran importantes, sino que cambiaron de significado. No sé cómo llamar a esa situación.

Todo ese ritmo tan acelerado, trabajar en red, a nivel nacional y en toda América Latina, era una dinámica distinta. Aquí la dimensión es totalmente distinta. Verme aquí tan limitada, al principio, porque no había equipo, no había una respuesta pronta a situaciones que la gente te demandaba, no poder resolver situaciones de vivienda… con todas estas demandas me sentía muy atada, era demasiada presión para mí.

No obstante, me di la oportunidad de abrirme, de escuchar de nuevo a la gente. Aunque yo estaba lejos de Méjico fui convocada en muchas ocasiones por organismos internacionales, desde Europa.

Desde España es más fácil elevar la voz sobre lo que ocurría en Méjico.

Ya lo hacía desde antes, pero cuando las instituciones supieron que venía para acá me seguían invitando. Fui al Parlamento Alemán, aquí mismo en España también. Abrí otros espacios más allá de la delegación y la presencia Diocesana. Poco a poco esto fue iluminando y era otra forma de hacer la pastoral con la gente que llega.

¿Cuáles han sido tus labores principales en Guadalajara?

Principalmente, era la evangelización de las personas migrantes que llegan a la Diócesis. Esa fue la petición que don Atilano me encomendó el primer día que me encontré con él. Pero no a un estilo tradicional porque la presencia de migrantes en la delegación no es solo católica, sino que tenemos presencia evangélica, musulmana, agnóstica y atea. De tal manera, ese reto era pensar “¿por dónde entro, cómo evangelizo?”, pero fue muy interesante porque además de la evangelización, era la integración de las personas en la iglesia y en la vida social y pública de la ciudad.

¿Cómo se trabaja esa misión?

Empezamos a hacer redes con las mujeres, a que ellas construyeran tejido social que les apoyara. Sobre todo, mujeres migradas que llegaron aquí solas o familias monomarentales, porque eran las que más de acercaron a hablar y compartir su historia.

Empecé la primera actividad con ellas haciendo zumba, yoga, senderismo y la parroquia San Pascual Bailón, con don Pedro Mozo, nos abrió las puertas de los salones parroquiales. Veías llegar a las mujeres marroquíes, latinas, católicas y no católicas, nos sentábamos ahí a hacer zumba o yoga de forma autogestiva. Las mujeres que sabían hacer la actividad nos enseñaban a las otras y si no YouTube era nuestro instructor. Y ahí duramos hasta que llegó el Covid. Nos habíamos juntado un grupo de entre 15 y 20 mujeres, nos reuníamos dos veces por semana y cuando venía el calor hacíamos senderismo por el Río Henares.

Ellas empezaron a hacer tejido social y comunitario.

Aquí está la misión de evangelizar, pero cómo se llega a personas de otras religiones, porque evangelizar no significa convertir ni cambiarse de religión.

Evangelizar para nosotros es invitar a que la gente viva su espiritualidad desde su propia religión.

Efectivamente no es un tema de conversión, hemos sido bastante respetuosas. Lo que sí hicimos fue construir espacios religiosos interculturales. Evangelizábamos con la vida, yo no me ponía a darles catequesis ni ellas nos hablaban del Corán. Compartíamos nuestra fe, nuestras costumbres, nos explicaban el Ramadán, la fiesta del Cordero, y ellas respetaban nuestros momentos de Cuaresma. Pudimos hacer oraciones, ellas desde su espiritualidad musulmana y nosotras con una oración.

La evangelización estos años ha sido vivida, no de doctrina. Lo importante es que ellas tejieran redes comunitarias, de sostenerse y apoyarse. Cuando una tenía dos o tres ofertas de trabajo las compartía con otras. La sororidad se fue tejiendo entre ellas, se apoyaban, se escuchaban. Cuando hacíamos senderismo ellas eran las terapeutas, se iban contando su historia porque a veces el duelo migratorio lo viven ensimismadas y a veces no saben que están en ese duelo. A veces hacíamos dos horas de senderismo y ellas se iban contando, veías a una mujer venezolana con una mujer marroquí, una mujer peruana con una mujer ecuatoriana narrándose su vida. Yo caminaba con ellas haciendo esa escucha. Es otra parte de la evangelización, de una escucha activa porque creemos que la presencia del señor Jesús está en cada persona que llega independientemente de su religión o etnicidad, se hace presente y es al que escuchamos, pero creemos también que la dignidad y vivir con ellas la resurrección es muy importante, por lo tanto, la escucha activa, nos hacía ir tejiendo redes con otras organizaciones hasta lograr, en la medida de lo posible, una dignificación de la persona. Sacarla de estos momentos de duelo, de desesperación y angustia hasta que se regulariza esa situación.

Esa labor se hace desde la Delegación DIocesana de Migraciones en la que has estado destinada en Guadalajara.

Sí, pero muchas veces están en situación de calle o a punto porque se quedan sin empleo, no pueden pagar el alquiler, la familia no puede seguir apoyando… y todo esto es un trabajo en red con Cáritas, GuadaAcoge y otras organizaciones con las que nos hemos ido apoyando.

Ver este proceso de vía crucis, del dolor, del sufrimiento hasta la resurrección es hermoso.

Para eso es la resurrección vivida, ver el estado en el que llegan y cuando se regularizan y les ves en otra situación.

Ver cómo la gente sale adelante habrá sido muy satisfactorio.

Sí, gracias al apoyo entre ellas, pero también mucha gente local, española, que al principio tienen miedo a lo diferente, y poco a poco van permitiéndose conocer a la persona y dejando como secundario de dónde es o qué religión profesa, porque ven a la persona en toda su dimensión. Para mí son muchas historias, muchos rostros y testimonios, pero el culmen de todo lo que la iglesia diocesana ha hecho y sigue haciendo por las personas migradas aquí es la historia de Kamal. Es un chico que a los dos días de haber llegado a España se queda ciego por una crisis de diabetes y lo primero que nos dicen es “te lo dejo, no sé qué hacer con él”, era padre de un bebé que estaba en Marruecos con su mamá. Esa escucha activa me fue ayudando a sumar a Cáritas, a la abogada, la psicóloga, la enfermera, la trabajadora social, también con Cruz Roja, e ir tejiendo redes y acompañando al chico en su proceso. Esa red interinstitucional tremenda consiguió que la situación de este chico se regularizara y consiguiera empleo, y ha podido traer a su mujer y su hijo. Esa realidad me hizo crear Club Dabar.

Cuéntanos qué es el Club Dabar.

Es un espacio donde la gente practica español. No doy clases de español, sino que hago que la gente hable, que compartan lo que han aprendido en Cáritas o GuadaAcoge. Ellos se van narrando, cuentan desde su pobre español empiezan a contarse su vida y nos da oportunidad a ayudarles a practicar su español, los verbos en el tiempo correcto, y seguir tejiendo redes entre la gente que participa. Son grupos pequeños lo que cabe en esta sede, cuatro o cinco personas. Esta creatividad ha sido gracias a esta evangelización tan amplia y tan abierta que la Diócesis me permitió construir.

La Diócesis ha estado siempre cercana, ha sido una iglesia en salida pero también de hospital, una iglesia de una resurrección viva y palpable.

¿Te vas contenta?

Me voy contenta, sí. Al principio cuando las hermanas me pidieron ir para El Paso a Texas fue como volver a esos sentimientos de emoción de mi experiencia anterior, pero pasaron los meses y escuchar aquí muchas voces de “no te vayas, quédate”, me pone en duda si estaba haciendo bien o no en irme, pero pensé que ya había dado mi palabra y que el señor me está esperando allá. Así que me voy satisfecha porque el señor me ha acompañado y todo esto que se ha construido es porque Él ha estado y yo también he querido que Él esté. Toda la gente que me ha acompañado y me han permitido entrar en su intimidad y me han dejado ver estos procesos de cambio, me hacen irme satisfecha, sobre todo en el sentido porque las personas migradas también se van reconociendo sujetos sociales, corresponsable, ciudadanos y ciudadanas, vecinos y vecinas de esta ciudad y que van haciendo conciencia con las diferentes administraciones. Empezamos con Alberto Rojo la legislatura pasada y ahora continuamos con esta Red Intercultural porque la gente quiere participar. Eso es fruto de ese trabajo que hemos hecho, que no son solo manos que trabajan, son personas con una historia y aquí hay que hacerles presente en toda su mirada holística.

Vuelves a América, pero en lugar de acompañar en el proceso migratorio, estarás recibiendo al otro lado de la frontera en Estado Unidos. ¿Cómo lo afrontas?

Primero, no me he creado muchas expectativas, prefiero llegar allá y conocer esa realidad que yo me imagino que es.

Llego en un contexto político muy importante al país, próximo a elecciones presidenciales, así que si llego con una expectativa ésta cambiará, porque si llega Trump, que es lo más probable, estoy segura que la política migratoria empezará a tener una movilización de la noche a la mañana.

Por lo tanto, cualquier expectativa que tenga se viene abajo inmediatamente porque no sabes por dónde va a entrar a frenar la migración. Él tiene claro que quiere una política de ‘cero tolerancia migratoria’, yo sé qué es eso porque ya lo he vivido, el poner muros físicos y legales a la migración para que no lleguen y no puedan ejercer su derecho de pedir asilo. Esto conlleva gente tirada al borde del río, en Ciudad Juárez, los que lleguen, si llegan se encontrarán con otras leyes. Les regresarán a Méjico para que esperen, porque ya lo hizo en otro programa que implementó.

Estás a la expectativa entonces.

Sí, sé legislativamente hablando a qué contexto voy, pero no me puedo hacer una idea de «voy a hacer por aquí o voy a hacer por acá» porque no tengo la dimensión de lo que sucede. Sí tengo claro que yo voy a iniciar la pastoral migratoria en la diócesis de El Paso, Texas, no porque no la haya venido haciendo, sino porque no tiene un departamento o delegación de migraciones. Seré la primera persona que nombran como ministra y directora de Migraciones en la Diócesis. Mi tarea es hacer que la Diócesis, toda ella, aunque ya tiene el ADN de la hospitalidad, sea en todas las parroquias o arciprestazgos, sea de acogida desde una mirada más integral y holística, no solamente de asistencia caritativa, sino de todo lo que he hablado anteriormente. Ese es mi reto.

Te llevas la experiencia de aquí de tejer redes.

Sí, esas son las reglas que me han pedido. Allí ya hay un equipo de diferentes congragaciones religiosas y parroquias que han estado dando acogida, pero lo están haciendo de manera aislada. Mi tarea es tejer redes locales, binacionales y en toda América Latina con las personas que llegan.

Hacer que la Diócesis ponga en práctica los verbos que el Papa Francisco nos invita: proteger, promover, integrar y defender a las personas migrantes.

Eso sí lo tengo claro, por ahí va a ir construyéndose la pastoral. El escenario no lo sé, ahora está en contra porque el gobierno tejano actual tiene demandada a uno de los activistas y defensor, Rubén García, porque están criminalizando su labor. Entonces el obispo Mark Seitz, junto con otros pastores han estado haciendo diferentes manifestaciones y diciendo con mucha claridad que nosotros vamos a seguir el evangelio y el evangelio es acoger, proteger, promover y defender.

Sin miedo a represalias políticas.

Sin miedo, con la claridad de que hay que vivir el evangelio. Ahí voy.